Porque yo nací en el Mediterraneo
Luis nació en el Mediterráneo. No hay más que ver su vitalidad cargada de salitre, su humanismo desbordante, sus constantes preguntas incisivas, su vehemencia, su empedernida pasión por viajar y, sobre todo, las innumerables cadenas con las que él, voluntariamente, ha decidido amarrarse: la gente -tan numerosa- a la que quiere y que le quieren.
El pasado jueves, Luis fletó un barco, su Argo privado, en el que todos navegamos en una procelosa travesía por el Mediterráneo de Alexis Zorba. Descubrimos que Goya y Kazantzakis hablaban el mismo idioma, el del empecinamiento humano que tropieza, no dos, sino cien veces, en la misma piedra. El idioma de la emoción, que lleva a las hazañas más nobles y a los más indignos crímenes. Esa pasión y emoción que, en Zorba, es desbordante.
Emoción y razón, un equilibrio imposible por el que luchamos denostadamente durante toda nuestra vida. Una pugna que, en ocasiones, te lleva a la parálisis, como el personaje del escritor, que pierde su vida porque no se atreve a vivirla. Morir sin haberse atrevido a vivir. ¡Que paradoja! Pero… ¿podemos declarar sin asomo de duda que nos atrevemos a vivir, con todo lo que ello implica?
Para responder a esta pregunta, tenemos que recordar los cinco elementos eternos: viento, mar, fuego, mujer y pan. Cambio, descubrimiento, violencia, sexo y supervivencia. Fiestas, viajes, emociones, pasiones y sabores. Soberbia, avaricia, ira, lujuria y gula. Los cinco elementos con los que nos atrevemos a vivir. De nuevo, la pregunta: ¿podemos declarar, sin asomo de duda, que vivimos el viento, el mar, el fuego, la mujer (o el hombre) y el pan? En la travesía en la que Luis nos condujo el pasado jueves, hubo vida entre las cuatro paredes de la sala Larra del Ateneo. No rompimos platos, no bailamos el Sirtaki, pero hubo viento, mar, fuego, mujer y pan.
En el libro, tras la muerte de madamme Hortensia “Bubulina”, hay un precioso diálogo en la playa entre Zorba y el escritor, en el que, como sucede a lo largo de toda la obra, la emoción y la razón, la “paja mental” y el sentido común, se baten en duelo:
– Zorba dijo: ¿Me puedes decir patrón -y su voz sonó solemne, conmovida en medio de la cálida noche- me puedes explicar qué significan todas estas cosas? ¿Quién las ha hecho? ¿Por qué las ha hecho? Y sobre todo esto -la voz de Zorba estaba llena de enojo y de miedo- ¿por qué tenemos que morir?
– No sé, Zorba, -respondí y me avergoncé, cómo si preguntara la cosa más sencilla, la más indispensable y no pudiera explicarla-
– ¿No sabes? -exclamó Zorba y sus ojos se abrieron desorbitadamente- ¿y entonces para qué sirven todos estos papeles de la porra que lees? ¿para que los lees? Si no hablan de esto, ¿de que hablan? Yo quiero que me digas de dónde venimos y adónde vamos. Con todos los años que te has dejado sobre tus libros ¿que jugó has sacado?
– Somos gusanitos pequeñitos, Zorba -respondí- encima de una hojita de un árbol gigantesco. Esa hojita es nuestra tierra; las otras son las estrellas que ves moverse durante la noche. Nos arrastramos por nuestra hojita y la palpamos anhelantes; la husmeamos, unas veces huele bien, otras apesta; la probamos, es comestible; la golpeamos, resuena y grita como algo vivo. Algunos seres humanos, los más intrépidos, llegamos hasta el borde de la hoja y desde él borde nos asomamos, con los ojos muy abiertos, los oídos muy abiertos, abajo, el caos. Nos estremecemos, intuimos debajo de nosotros el terrorífico precipicio. Y así, asomados al abismo, sentimos con todo el cuerpo, con toda el alma, como nos domina al miedo. A partir de ese momento comienza el gran peligro, Zorba. Algunos sufren vértigos y deliran, otros tienen miedo y se afanan por encontrar una respuesta que reanime a su corazón y dicen “Dios”. Otros miran por el borde de la hoja al precipicio, tranquilos, valientes y dicen “Me gusta”.
– Yo -replicó Zorba finalmente- en todo momento veo la muerte; la veo y no tengo miedo; pero nunca, jamás, digo: me gusta. ¡No me gusta en absoluto! Me gusta vivir, y lo único que me importa es lo que sucede en cada momento ¿Qué haces ahora, Zorba? -me digo- Duermo. ¡Pues duerme bien! ¿Qué haces ahora, Zorba? Trabajo ¡Pues trabaja bien! ¿Qué haces ahora, Zorba? Abrazo a una mujer ¡Pues abrázala bien, ninguna otra cosa existe en el mundo, solo ella y tú!No te entiendo patrón, soy duro de cabeza, me cuesta trabajo entenderte. Si lo que dices pudieras bailarlo, lo entendería.
Luis, sin mover apenas los pies del sitio, nos bailó el pasado jueves la vida y andanzas de Alexis Zorba. Por eso lo entendimos todos. Por eso lo vivimos todos.