Respuestas demasiado simples a problemas complejos
Parar. Pensar. Reflexionar. Es preciso, en ocasiones, romper la agenda y, simplemente, aburrirte profundamente.
Soy de los que piensan que lo mejor que ha dado la humanidad, la curiosidad profunda, el conocimiento de la realidad, solo puede llegar de la mano del aburrimiento. Cuando leí el bellísimo libro de Carlo Rovelli “El nacimiento del pensamiento científico” imaginaba, en Mileto, a Anaximandro mirando al cielo, al mar, con un puñado de arena en su mano, con tiempo para pensar, para reflexionar, para desentrañar los más intrincados rincones de la realidad.
Sí. Sin duda, para avanzar en conocimiento hay que tener tiempo, curiosidad y un enorme respeto por las verdades irrefutables que te muestra la naturaleza y el universo en todas sus manifestaciones.
A pesar de las expectativas, esto no sucedió el jueves 4 de abril en la Academia de Curiosos. No se paró, ni se mostró la importancia de hacerlo. Sí, estuvimos contemplando la quietud de una “representación en vivo” durante casi 30 minutos, qué fue lo más introspectivo de la sesión. Pero, inmediatamente después, nos encontramos con prisas, verbo acelerado, tópicos recurrentes, reduccionismo, falta de curiosidad y, sobre todo, afirmaciones absolutas que en muchas ocasiones contradecían -precisamente- la realidad que la naturaleza y el universo nos muestran día a día.
Podría dedicar decenas de páginas a desarmar las muchas opiniones -que no soluciones- que se dieron el pasado jueves. Obviamente, este no es el foro. Pero sí me gustaría reflexionar sobre algunas de las cosas que se dijeron.
Para empezar, la actuación de los seres humanos en el planeta y la amenaza que eso supone para la vida. No soy negacionista del calentamiento global, más bien al contrario. A quien me escucha trato de concienciarle que ésta es una situación en la que, como dijo Joaquín Araujo, hace ya mucho tiempo que es demasiado tarde. Pero también es inevitable. Desde que la vida surge en la tierra, no ha dejado de generar cambios drásticos en nuestro planeta rocoso. Las cianobacterias que existían en los primeros tiempos emitían, como producto de desecho, oxígeno, un gas extremadamente peligroso y tremendamente nocivo para la vida que, hasta entonces, existía. Llegó un momento en el que la cantidad de oxígeno fue tan alta, que la vida estuvo seriamente amenazada, a punto de extinguirse del planeta. Es lo que se llamó la gran oxidación o la hecatombe del oxígeno. Afortunadamente, uno de los microorganismos mutó, y empleo el oxígeno para su proceso vital. Esos microrganismos han permanecido en forma de mitocondrias en la mayor parte de las formas de vida que pueblan nuestro planeta.
Así es la vida. Inevitablemente, cambia el medio ambiente y, en ocasiones, lo hace en perjuicio de sí misma. Esto es lo que estamos haciendo los seres humanos. Nuestros productos de desecho, están cambiando la atmósfera, “agujerando la matriz que nos envuelve”, como decía Joaquín, de una forma preocupantemente peligrosa para nosotros. Porque, no nos engañemos, el cambio climático puede ser perjudicial para muchas especies, pero sobre todo para los seres humanos. El calentamiento global no es una amenaza para la vida en la tierra, es una amenaza para la humanidad. Y es poco menos que inevitable que lo sigamos fomentando.
Los europeos, sociedad opulenta, decadente y concienciada, estamos tomando cartas en el asunto para tener menos emisiones. Pero China, India y, en un futuro próximo, África, exigen seguir emitiendo para desarrollarse al nivel que lo hemos hecho nosotros. ¿Qué hacemos entonces? Quizás, como dice Richard Muller en su magnífico libro “Física para Presidentes”, no quede otra que actuar, tal y como siempre hemos hecho los seres humanos. Soluciones como diseñar lanzaderas de dióxido de azufre para emitirlo en la estratosfera, o cualquier otro paliativo que compense las emisiones de CO2. Es decir, tapar los agujeros de la matriz que inevitablemente seguiremos haciendo. No es fácil, sin duda, pero precisamente por eso es importante tomárselo muy en serio. Con soluciones innovadoras y viables.
Porque a la humanidad le gusta seguir desarrollándose. Sí, sin duda necesitamos reconciliarnos con la naturaleza. La conexión con el bosque, con el mar, con el campo, actúa sobre nuestro cerebro y sobre nuestro ánimo de una forma muy positiva. Esto es innegable. Pero no por ello estamos dispuestos a renunciar al agua caliente, a la electricidad, a la calefacción, a los antibióticos y a los productos de limpieza. Necesitamos a la naturaleza, pero de igual forma tenemos que protegernos de su agresividad. Porque -no lo olvidemos- las reglas de la naturaleza son de una crueldad implacable y extrema. En ella rige la selección natural, por la que la especie que gana (es decir, se adapta y se reproduce mejor que las demás) vive, y la que pierde, muere. Es una competición a lo “Gladiator”.
Y, por cierto, ser autosuficiente no es una buena solución. Si los ocho mil millones largos de personas que habitan el planeta optasen por ser autosuficientes, dañaríamos mucho más el medio ambiente, provocaríamos muchas más emisiones nocivas. La producción centralizada es más eficiente, contamina menos y, sobre todo, asegura que la mayor parte de la humanidad pueda gozar de lo indispensable para su subsistencia. Esta es una de las grandes ventajas del sistema mayoritariamente capitalista que, con los defectos que indudablemente tiene, nos ha llevado al mayor estado de bienestar para el mayor número de personas en la historia de la humanidad (como tan acertadamente, al final del debate, nos recordó Juan Nieto ¡gracias!).
Son, sin duda, problemas muy complejos. Nadie dijo que fuera fácil. Por eso, es obligado parar, pensar mucho y finalmente actuar.
El mayor aprendizaje del debate del pasado jueves es entender que en los medios sociales hay un discurso dominante, muy entretejido en la sociedad, que simplifica en extremo (ya sea en una u otra dirección) las soluciones a los problemas complejos que tenemos que afrontar. Un discurso que, además, se nos exige respetar sin rechistar, bajo castigo de ser cancelados y quemados públicamente en la hoguera de las redes sociales.
Yo, ante esto, me rebelo. ¿Acaso no trata de eso el ciclo? Porque, como bien dice José Antonio Marina (por favor, no os perdáis el vídeo de solo un minuto en este link: https://www.youtube.com/watch?v=oM9TVdXuZGk ), es imprescindible respetar qué todos sin excepción puedan expresar sus opiniones; pero no todas las opiniones son respetables.