Tres rebeldes en Extremistán

Hay ocasiones en las que fluye la magia. Nadie sabe cómo ni por qué, se crean momentos de intimidad, complicidad y empatía. Diríase que una suave brisa mece, como briznas en el aire, las ideas y las emociones de los que allí compartimos nuestro bien más preciado: el tiempo.

Eso sucedió ayer, 11 de abril, en la Academia de Curiosos. Fue una sesión placentera, intimista, honesta, auténtica. Emergieron los sueños de Edgar, Juan y Andrés, pero también los de Luis -padre e hijo- y los de cada uno de quienes, con una sonrisa que no se desvaneció durante 90 minutos, entendimos una forma diferente, quizás la más sutil y auténtica, de rebeldía: la rebeldía de tus sueños, de tus pasiones, de perseguir aquello para lo que has nacido.

Reconozco que ayer sentí admiración, envidia (sana), ilusión y ganas, muchas ganas, de que, nuestros tres mosqueteros de los sueños, siguieran relatándolos durante toda la noche sus hazañas cotidianas. Porque, cuando haces exactamente aquello para lo que crees que has nacido, cada minuto se convierte en una pequeña hazaña, que, sumada a las que has ido alcanzando el resto de tu vida, componen una armónica y bella sinfonía, un cuadro magistral, una faena redonda.

Perseguir un sueño. Suena fácil, pero, para empezar, tienes que tenerlo. ¿Cuál es tu sueño? ¿Qué es aquello para lo que has nacido? ¿Te lo has preguntado? Hazlo, por favor. ¿Tienes una respuesta? Yo, al menos, no lo tengo tan claro. Y, una vez sabes cuál es tu sueño, tienes que alcanzarlo. De nuevo, la valentía. Tener el suficiente arrojo como para perseguir tu sueño y no cejar en el intento. ¡Ahí es nada!

Uno de los capítulos que más me impactó, y que recuerdo con frecuencia, del inspirador libro de Nassim Taleb “El Cisne Negro”, es cuando habla de los dos países en los que se divide el mundo: Mediocristán y Extremistán.

Mediocristán es el país en el que habitamos aquellos que nos hemos dedicado a profesiones que permiten que “te ganes bien la vida”, sin asumir demasiados riesgos. Mediocristán son todas aquellas carreras profesionales con una baja dispersión del éxito y de los sueldos: Marketing, ADE, Derecho, Ingenierías, Medicina, Finanzas, … A casi todos los que se dedican a las carreras de Mediocristán, las cosas les van razonablemente bien. Ganan sueldos que les permiten llevar una vida más o menos acomodada. Por supuesto, hay algunos -muy pocos- que alcanzan un éxito extremo; y algunos -muy pocos también- que fracasan. Pero la inmensa mayoría ocupa esa zona media que les permite vivir con desahogo.

El segundo país, Extremistán, es el de las carreras extremas: aquí encontramos a los músicos, los toreros, los pintores, los actores, los futbolistas y deportistas de élite, los escritores, … Unos pocos -extremadamente pocos- tienen gran éxito y ganan muchísimo dinero. Y una enorme mayoría, se sitúan exactamente en el otro extremo: el dinero que les reporta su trabajo no les permite, siquiera, vivir decentemente, llegar a fin de mes. Tienen que complementarlo con cualquier otro tipo de empleo (como trabajar en una empresa de paquetería). Y en la zona media de las carreras de Extremistán, casi no encontramos a nadie. Hay que ser muy valiente para aventurarse en Extremistán.

Ayer, 11 de abril, en la Academia de Curiosos, tuvimos a tres rebeldes en Extremistán. Vitales y felices. Con muchas menos seguridades y certezas que si hubieran decidido vivir en Mediocristán. Pero, como me dijo Andrés en las cañas, esas noches en las que tras dar un brochazo se le inundan los ojos de lágrimas, al comprobar que ha hecho una obra de arte, son privilegios únicos de los valientes exploradores de Extremistán.

“Obra de arte”, acabo de decir. Esa fue la pregunta que, tan acertadamente, hizo Luis Mora hijo: ¿Cómo definimos arte? ¿Qué determina que algo sea una obra de arte?

No soy tan osado como para dar una definición. Quizás, como decía Edgar, sea aquello esencial, que no puedes explicar con palabras.

Yo me limito a decir lo que, para mí, personalmente, es una obra de arte: aquello que, por un instante, sublima mis emociones. En algunas ocasiones, en solitario, y otras, en comunión con los demás. Y que, una vez pasa, es irrepetible.

Ayer, al menos para mí, algunos momentos con Edgar, Juan y Andrés, fueron dignos de ser considerados una pequeña obra de arte.